El dolor. Ese tirano que ha tomado el control de tu vida. Desde el momento en que te despiertas… está ahí. Te levantas de la cama y ya sientes ese pinchazo en la espalda, el hombro, la rodilla, el pie. Intentas lavarte los dientes y te duele hasta inclinarte frente al espejo. Ponerte los calcetines se convierte en una batalla diaria. Y ni hablar de sentarte en el inodoro… Sí, incluso ahí te recuerda que está ganando. Cada gesto, cada movimiento, cada rutina, te recuerda que el dolor ha decidido quedarse. Te hace caminar más lento. Cancelar planes. Renunciar a lo que antes hacías sin pensar. Tener que elegir entre cumplir con tus obligaciones… o disfrutar. Porque las dos cosas a la vez, ya no puedes. Te roba la libertad de moverte. Te impone el miedo al dolor. Y lo peor: empieza a parecerte “normal” vivir así.
Pero… ¿en serio esto es lo que quieres para ti? ¿Es esta la vida que habías imaginado?
Si no haces nada, el dolor seguirá avanzando. Te quitará aún más. Hasta lo más simple: peinarte o levantarte de una silla.